LECCIÓN No 10  (regresar al índice)

LECCIÓN 10: “TOMARON ELLOS A JEREMÍAS Y LO HICIERON ECHAR EN LA CISTERNA”         
Jeremías 38:6          ENCARCELAMIENTO DE JEREMÍAS


Propósito de la lección:  a. Recordar  al  cristiano  que  “todo  el  que  quiere vivir piadosamente padecerá persecución.” 
                b.  Enfatizar que toda ayuda a un siervo de Dios será recompensada.
Capítulos para  preparar la lección: Jer. Caps. 32-34;  37-38;  39:14-18.
Lectura antes de comenzar la clase: Salmo 7.
Versículo para enfatizar y recordar: “Y cualquiera que  dé a uno de estos pequeñitos un vaso de
                                           agua fría solamente,  por cuanto  es discípulo, de cierto os digo que no 
                                           perderá su recompensa.” Mat. 10:42.
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A. Jeremías compra una propiedad. Jer. 32.  
Llegó el año décimo del reinado de Sedequías, el penúltimo.  Jerusalén estaba sitiada por los babilonios y Jeremías preso en el patio de la cárcel en la casa del rey, pues éste lo había apresado por profetizar que Jerusalén sería tomada por Nabucodonosor, que Sedequías no escaparía, sino que vería a su captor cara a cara e iría preso a Babilonia.

Estando allí, Dios le reveló a Jeremías que un primo suyo vendría a venderle una heredad en Anatot, pueblo natal del profeta, porque él tenía el derecho legal de rescatarla. Así sucedió y Jeremías compró la propiedad. Luego mandó a Baruc su escriba a poner la carta de venta sellada y firmada por testigos de la transacción, y una copia de ella abierta, en una vasija. El profeta pregunta a Dios por qué le ha permitido comprar la propiedad, si Judá va ser entregada a los caldeos. Dios le recuerda el éxodo de Egipto y como se dio la tierra de Canaán a sus antepasados;   pero,   como  no  cumplieron  el  pacto,   habían  llegado  a  sufrir  aquel  gran  mal.
Le recuerda la terrible idolatría en que habían incurrido y su provocación al profanar aun Su Templo. Dios le recuerda su retorno del cautiverio, tanto el inmediato después de setenta años, como el pleno retorno de la diáspora en el lejano futuro. Aquella compra de Jeremías era simbólica de que a pesar de aquel mal inminente, un día volverían a disfrutar de su tierra, a comprar propiedades y a prosperar nuevamente.

B. Jerusalén sería prosperada otra vez. Jer. 33.
Estando aún en la cárcel, Dios habló a Jeremías por segunda vez. Le dio la hermosa promesa: “Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”, vr. 3. Dios comparte con Sus hijos fieles, conocimientos para enriquecer su experiencia espiritual y para que lo sirvan mejor. Mat. 11:25-27, “Jesús, dijo: ‘Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños.  Sí, Padre, porque así te agradó.’ Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.”

Dios prometió que establecería y perdonaría a Su pueblo; que éste le sería nuevamente de gozo, alabanza y gloria; y que los pueblos que lo verían, temerían y temblarían. Habría abundancia de nuevo en la costa mediterránea de la Sefela, en el desierto del Neguev, en Benjamín y en los alrededores de Jerusalén.  Esto se cumplió parcialmente cuando regresaron los cautivos con Esdras y Nehemías. Aunque siempre sujeta a otros  (persas, macedonios y romanos), Judá fue reconstituida como una entidad nacional con relativa autonomía durante cinco siglos más, hasta ser disuelta por Roma en 70 d. C. y definitivamente en 135.

Jesús vino a establecer Su reino mesiánico y sus leyes fueron expuestas en el Sermón de la Montaña, Mat. 5-7. Sin embargo, el rechazo de los judíos pospuso el cumplimiento de dicho Reino.  Hoy nos hallamos en espera del Arrebatamiento de la Iglesia. Luego ocurrirá el juicio de la Gran Tribulación, y al final de ella tendrá lugar el Retorno de Cristo en gloria, para instaurar su glorioso Reino Milenial.  Hasta entonces se cumplirá plenamente Jer. 33:15-16, “En aquellos días y en aquel tiempo haré brotar a David un Renuevo justo, que actuará conforme al derecho y la justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo, y Jerusalén habitará segura. Y se le llamará: “Jehová, justicia nuestra”. Ese Renuevo será Jesucristo mismo.
Dios dice que así como no se puede cambiar el ritmo y la sucesión del día y la noche, así tampoco se invalidaría Su pacto con David acerca de una futura restauración. Dios no había desechado a la familia sacerdotal de Leví, ni a la familia real de David. Tendría aún misericordia y descendencia de ellas y ellas Lo servirían.

C. Jeremías le revela al rey que no morirá a espada. Jer. 34:1-7.
Mientras Nabucodonosor y sus ejércitos peleaban contra Jerusalén y las ciudades fortificadas que aún resistían, Dios mandó a Jeremías a reiterarle al rey que la ciudad sería destruida, pero que él no moriría a espada, sino en paz; sería endechado y le quemarían incienso. 

D. La codicia había endurecido los corazones. Jer. 34:8-22. 
Era práctica común en Israel que cuando las personas incurrían en deudas que no podían pagar, o en serios crímenes, se entregaran en servidumbre por su propia voluntad o por sentencia de un juez.  Pero la Ley mandaba que cada 7 años (Éx. 21:2; Deut. 15:12) los siervos hebreos debían ser liberados.  Israel, que había sido esclavo en Egipto y había sido liberado de este duro yugo, debía practicar la misericordia con sus propios esclavos. Pero no lo habían cumplido; su codicia los había endurecido para aprovecharse perpetuamente de sus siervos y prosperar en sus negocios.
Movido por el cerco impuesto por los caldeos y por los mensajes de Dios a través de Jeremías, el rey Sedequías había dispuesto promulgar libertad para los siervos judíos. Los príncipes y el pueblo obedecieron su decreto, pero, unos días después se arrepintieron y los volvieron a sujetar. Por tan vil actitud, se confirmó el castigo que les vendría por medio de la pestilencia y el hambre, y serían afrentados ante el mundo. Dios haría volver a los ejércitos babilonios que ya se habían retirado, y consumaría Su castigo sobre ellos.

E. Encarcelamiento de Jeremías. Jer. 37.
Sedequías envió a dos personas a pedirle a Jeremías que intercediera ante Dios por los judíos.   Por entonces Jeremías podía entrar y salir de Jerusalén, porque no había sido puesto en la cárcel aún. El faraón de Egipto salió con su ejército y los caldeos (babilonios) lo oyeron y se retiraron de Jerusalén. Dios habló a Jeremías y le dijo que los egipcios que venían a ayudar a Judá se habían regresado y que los caldeos regresarían; por tanto, no debían creer que éstos se irían definitivamente, pues no lo harían. Y dijo, además, que si de los caldeos quedaban sólo soldados heridos, éstos se levantarían y quemarían Jerusalén.  Al retirarse los caldeos por causa del faraón, Jeremías salió de la ciudad hacia tierra de Benjamín para alejarse del pueblo. Un capitán lo detuvo y lo acusó de desertar de su pueblo y pasarse con los caldeos. Él lo negó, pero fue llevado ante los príncipes, quienes se enojaron, lo azotaron y lo pusieron preso en la cárcel que había en la casa del escriba Jonatán.

El rey envió a sacarlo y en secreto le preguntó: “¿Hay palabra de Jehová?” Jeremías dijo que sí, y que Sedequías sería entregado en manos de Babilonia. El profeta a su vez preguntó al rey por qué lo habían apresado y dónde estaban los profetas que afirmaban que Nabucodonosor no vendría a tomaría la ciudad.  Luego suplicó al rey que no lo regresara a la casa de Jonatán para no morir allí.  Sedequías ordenó que lo pusieran preso en el patio de la cárcel,  custodiado,  y que le dieran una torta cada día, hasta agotarse el pan.  

F. Jeremías es puesto en una cisterna. Jer.. 38:1-13.
Algunos oyeron a Jeremías predicar al pueblo que quienes se quedaran en Jerusalén morirían por la espada, el hambre o la pestilencia, y que quienes se entregaran a los caldeos vivirían. Los príncipes dijeron al rey que con tales palabras desanimaba a los hombres de guerra que  aún quedaban, pues ya no tratarían de defenderse; qué Jeremías no buscaba la paz para el pueblo sino el mal.  Sedequías les dijo que Jeremías estaba en sus manos y que él no podía oponérseles. Éstos entonces lo echaron en una cisterna que había en el patio de la cárcel. En ella no había agua sino un lodo fino en el cual se hundió el profeta. Ebed Melec, eunuco etíope, que servía en la casa real, se compadeció del profeta y habló al rey en su favor, diciendo que moriría de hambre, pues no había ya más pan. El rey ordenó al eunuco que tomara a treinta hombres y sacara a Jeremías de la cisterna antes que muriera. Usando sogas y trapos el profeta fue izado del fondo, pero continuó preso en el patio de la cárcel.

    Contrasta la indecisión del rey Sedequías, quien, aunque temía a Jeremías y tuvo algunas consideraciones con él, no tomó la iniciativa de llamar al pueblo al arrepentimiento, como lo había hecho el rey de Nínive para evitar el castigo inminente profetizado por Jonás,  Jon. 3:6-10.

G.  Sedequías consulta a Jeremías. Jer. 38:14-28.
El rey mandó a llamar a Jeremías a su presencia, en la tercera entrada al Templo, y le pidió  no encubrirle nada de lo que le preguntaría. Jeremías le dijo que temía decirle la verdad porque lo mataría, y que si lo aconsejaba no lo escucharía, pero el rey le aseguró que no le quitaría la vida, ni lo entregaría en manos de los príncipes que buscaban matarlo. El profeta le dijo que si se entregaba al rey de Babilonia, viviría; Jerusalén no sería quemada y él se salvaría junto con su familia. Pero si se negaba a entregarse, ni él ni los suyos escaparían de la destrucción de Jerusalén. El rey expresó su temor de que los judíos desertores que se habían unido a los caldeos lo escarnecerían. Jeremías le aseguró que no sería así y que confiara en el mensaje de Dios que él le había entregado. Sedequías pidió a Jeremías que no dijera nada de aquella entrevista a ninguno, y cómo había de responder a los príncipes que lo interrogarían.
El profeta les contestó conforme al mandato del rey, y permaneció en el patio de la cárcel hasta el día en que cayó Jerusalén ante los babilonios.

H. “Recompensa de profeta recibirá.” Jer. 39:14-18.
Estando aún en la cárcel, Dios dio a Jeremías un mensaje para el eunuco etíope Ebed-melec: él sería testigo del castigo a Judá, pero sería librado de todo mal; no sería entregado en manos de los invasores a quienes temía, por haber creído en Su palabra, lo cual demostró al interceder por Jeremías ante el rey y sacarlo de la cisterna donde seguramente habría muerto.
Ayudar a los siervos de Dios tiene su recompensa, Mat. 10:40-42, “El que a vosotros recibe, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá.  Y cualquiera que dé a uno de estos pequeños un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.”


Preguntas para discusión en clase:
1.  ¿Cómo puede usted permanecer firme en sus convicciones cuando hay amenazas?
2.  ¿En qué forma la codicia del dinero llevar a algunos a oprimir a sus empleados o siervos?
3.  ¿En qué maneras pueden incurren algunas iglesias en oprimir y explotar a sus pastores?
4.  ¿Qué cosas puede usted como persona para cumplir lo que aconseja Gál. 6:6?